28 oct 2011

Amarillo y Negro

Atardece sobre el asfalto. Julia vuelve del despacho a casa atravesando el gran parque del centro de la ciudad. Camina rápido, intentando olvidar la larga lista de tareas que, impacientes, le esperan en el recibidor de su piso. De repente se para porque se nota cansada y, sin que sirva de precedente, se sienta en un banco. Resopla y observa a su alrededor. Hacía tiempo que no se fijaba en la belleza eterna de un instante fugaz: los árboles danzan suavemente con el viento, el césped desprende un intenso aroma a ducha de bosque. Y de lejos, el alboroto y las risas de unos niños jugando.

Se queda así durante un tiempo impreciso. La luz del sol va dejando paso al crepúsculo al mismo tiempo que en su mente se extienden sombras y pensamientos: 

«Todo está bien. No puedo quejarme de mi trabajo; soy coach ejecutiva y no me faltan clientes. A diferencia de Laura y Sandra, no me toca aguantar a ningún jefe histérico cruzando la crisis de los cuarenta; tengo flexibilidad horaria y gano el suficiente dinero para no depender de nadie».

Pasa un ejecutivo montado en una bicicleta que chilla. 

«Todo está bien, pero no me siento bien. Todos los días me parecen iguales, como en aquella antigua película de Bill Murray, de aquella época en la que sólo pretendía hacer reír. Cada día tengo clientes con los mismos problemas, con el mismo sufrimiento y con los mismos miedos. Y cada día les vendo la misma pócima mágica; el elixir de las preguntas vacías, el sueño del mañana radiante».

«Y tras la puerta del hogar, el infierno de brasas de escarcha. Contrato sin definir con un Peter Pan venido a menos. Un personaje que cada dos por tres abandona a su Wendy para viajar al País de Nunca Jamás, a luchar contra algún capitán Garfio imaginario e intentar atrapar a la Campanilla de turno». 

«Algunas cosas en mi vida no funcionan bien. Quizás por eso no me siento bien». 

Levanta la mirada hacia las nubes teñidas de violeta por un sol agónico. Recuerda los sueños perdidos que su alma de Pulgarcita fue desgranando en migas y echando en el camino de la vida. Pequeñas porciones de ilusión dispersadas por el viento del sentido común. 

«De entre todos, mi sueño favorito es aquel en el que yo llevaba mi propia pastelería; dulces horas que se derretían entre bombones y pasteles. Con las manos siempre manchadas de aromas acaramelados. Y al llegar a casa, mi Amor me horneaba entre sus caricias de azúcar glasé y su pasión de chocolate azteca». 

De repente nota un leve roce en el vello de su antebrazo izquierdo; baja la cabeza y se sobresalta al ver los colores amarillo y negro. «Es una avispa o una abeja, nunca me acuerdo cuál de ellas es la más delgaducha». Con un movimiento instintivo y brusco se la sacude de encima, y el bicho (mejor dicho, la bicha) va a caer sobre una de las maderas del banco. Julia se acerca a mirarla y descubre el motivo de la caída: “Pobrecita mía, ¡si sólo tiene un ala!” 

El viento ya no mece los árboles. El césped es ahora sólo una descolorida moqueta verde. Los niños han cambiado las risas por las súplicas a su madre; “Sólo un ratito más, mamá…” 

Julia empieza a hablar a su nueva compañera de banco::

“Hola, pequeña avispa. Siento lástima por ti, tan indefensa y temblorosa; con un solo ala no puedes volver a tu panal, o donde sea que viváis las avispas. Sólo te queda esperar resignada a que llegue la noche y el frío acabe con tu sufrimiento. Me temo que no hay nada que hacer. No ha sido casual que vinieras a mí en este momento: en cierta forma, me siento como tú; ¿Por qué me torturo fantaseando con volar hacia unos sueños inalcanzables? ¡Julia, eres tonta! ¡Ya es hora que me deje de fantasías infantiles y ponga los pies en el suelo! Lo mejor que puedo hacer es aceptar mi realidad y ser consecuente con ella. Al igual que tu, amiguita mía, yo no puedo volar; los fracasos de mi vida me han desgarrado un ala. Mi tren ya pasó hace mucho tiempo, y por ello…” 

Y sin importarle que Julia todavía no haya terminado su discurso, la avispa agita su única ala, y con un zumbido burlón, levanta el vuelo y desaparece en el horizonte.

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