5 oct 2017

El Prisionero

Me consideras “tu prisionero”, y no entiendo el porqué.

Dices que estoy “intoxicado”, aunque yo nunca me he sentido así. Lo único tóxico que percibo son tus desprecios diarios hacia mí, a los que respondo de la única manera que sé; con amor.

Dices que “me sobra un poco aquí y me falta un poco allá”, sintiendo vergüenza de mí a causa de los consejos de maestros y sabios cuya pretenciosa voz sólo es el eco vacío de un mundo que se aferra a su demencia. Y con tal de cumplir con esos requisitos insensatos, eres capaz de someterme a todo tipo de castigos insufribles, que llegan a dolerte hasta a ti misma.

Dices que necesito una “depuración”, aunque cada día me esfuerzo al máximo para que mis sistemas naturales me mantengan en el mejor estado posible. Tu ataque inútil sólo consigue que redoble mis esfuerzos para volver a mi estado innato de equilibrio.

Dices que estoy enfermo y que necesito curarme, y para ello me atiborras con sustancias que nunca vi en el bosque, y que más que ayudarme, lo que hacen es entorpecer mi trabajo y obstruir mis canales de limpieza.

Dices que mi “sacrificio” te ayuda a conectar con “tu divinidad”, sin embargo cuanto más me intentas degradar, más te alejas de la cegadora chispa divina que atesoro en mi corazón. Y que es tanto mía como tuya.

Los muros de mi celda no son de hormigón, sino de infinitos granos de rechazo acumulados durante décadas y compactados hasta hacerse más duros que el granito.

Los barrotes de mi celda no son de hierro, sino de un amasijo de pensamientos de ataque retorcidos, de palabras y letras oxidadas, más afiladas que cuchillas.

Pero no siempre ha sido así. Al principio jugábamos en el jardín, nuestro Edén particular, con la única premisa de la despreocupación. Acompañados de plantas, animales y una fresca brisa. Bajo la atenta mirada del sol, el cielo y las nubes. De igual a igual, disfrutando del encanto particular de cada momento, totalmente ajenos a las presencias al otro lado de los setos.

¿Acaso has olvidado aquel tiempo, en el que te enorgullecías de decir que yo era tu propio cuerpo? ¿Tan lejano lo sientes ahora?

Y a pesar de todo esto, aquí, en mi pequeña celda, yo seguiré siendo el guardián de mi propia libertad. Y siento tristeza por ti, mi querido guardián porque, mientras tu quieras, seguirás prisionero en el resto de tu universo.