31 may 2010

El fin de los días

Atrincherado en la desvencijada oficina de una gasolinera abandonada, estoy cansado de huir y tan sólo espero a que esta pesadilla termine de una vez por todas. Con la ropa hecha jirones, no recuerdo ya la última vez que me tomé una ducha caliente. Desde la pared, una chica medio desnuda de pícara sonrisa me señala que estamos en noviembre de 2025. A través de una rendija en una ventana tapiada veo el sol en un cielo despejado. Siento el sofocante calor de la árida llanura. El rugir del viento levantando polvo es lo único que rompe el silencio. Aprovecho para pegar un bocado a un pedazo de carne ahumada que saco de mi bolsillo y lo acompaño con un sorbo de agua de mi cantimplora. Aunque todavía no han aparecido, sé que tarde o temprano ellos me encontrarán. El fin de los días está cerca.


La causa de todo se sitúa muy lejos hace mucho tiempo, hacia el año 400 antes de la Era Común en la antigua polis de Atenas, donde vivía el filósofo Sócrates. Los atenienses lo consideraban un hombre sabio y, cuando paseaba por el ágora, se dirigían a él para que les ayudara a resolver sus problemas cotidianos. Pero él sólo respondía a las preguntas con otras preguntas, pues creía que esa era la mejor forma de que la gente descubriera sus propias verdades. Y eso irritaba bastante a sus conciudadanos porque nunca conseguían sacar el agua clara. El proceder del filósofo también disgustaba al mercader fenicio que tenía su tienda justo al lado de donde el sabio griego solía iniciar sus diálogos, pues acababa la jornada con pocas ventas y mucho dolor de cabeza. Por eso, cuando Sócrates fue condenado a morir por ingestión de cicuta, fueron muchos los que respiraron aliviados al saber que ya no tendrían que aguantar más esos molestos interrogatorios. Sin embargo se equivocaban, ya que el filósofo griego tuvo la precaución de dejar un legado de discípulos preguntones, entre los que se encontraba Platón.

Los siglos fueron pasando, y la moda de responder con preguntas no desapareció, sino que fue en aumento. Y es que resultaba muy sencillo practicar esta técnica: no requería conocimiento alguno sobre el tema de conversación, únicamente disponer de un buen surtido de preguntas genéricas. A causa de ello, la irritación general de la humanidad fue incrementándose, dando lugar a numerosas guerras y cismas religiosos. Sin embargo no fue hasta la segunda mitad del siglo XX cuando el vicio del preguntismo se convirtió en una nueva profesión: el coaching. La palabra provenía de una ciudad húngara del siglo XV, cuyo burgomaestre estaba más pendiente de atraer turistas que de cuidar a sus conciudadanos. Los visitantes acudían en masa debido a los bajos precios de las bebidas espirituosas y a la laxitud de las normas de urbanidad. Las calles mal señalizadas provocaban que los numerosos visitantes ebrios que circulaban en sus carruajes se perdieran continuamente y sus conductores no pararan de preguntar a los vecinos por dónde ir. Éstos, cansados de tener que ejercer de guías turísticos forzados, comenzaron a llamarles de forma despectiva kocsi, que en húngaro antiguo significa “preguntón”, palabra que siglos después derivaría en la voz inglesa coach.

A pesar de que en sus inicios esta profesión tuvo sus altibajos, en 2017 todo el mundo que se preciaba tenía su life coach, quien se pasaba el día inquiriendo a su sufrido cliente (también llamado coachee). En los bares de copas las relaciones entre chicos y chicas se establecían siempre a través de sus respectivos coaches. En 2018 el producto del año fue Acticoach, un fermento láctico a base de la bacteria l-casei cuestionitas, que según varios estudios científicos, su consumo diario fortalecía el sistema de respuestas del organismo. Y en 2019 arraigó la costumbre de que los padres seleccionaran el coach del futuro bebé al mismo tiempo que escogía su nombre.

Desde ese momento la situación no hizo más que empeorar. En 2021 el Parlamento Europeo aprobó el reglamento 1452/2021 por el cual todos los ciudadanos de la Unión debían procurarse su propio coach, ya fuera privado o perteneciente al recientemente constituido cuerpo de coaches del Estado. La medida causó gran revuelvo, pues en esa misma época se hicieron públicos numerosos casos de coachees cuyos sesos no habían soportado tantas preguntas y habían sufrido colapsos cerebrales, quedando en un estado catatónico crónico. Las autoridades sanitarias realizaron una concienzuda y exhaustiva investigación cuya conclusión fue que las actividades de los coach no eran perjudiciales para la salud. No obstante el estado compró 100 millones de dosis del medicamento Tamicoach para prevenir futuras pandemias.

A su vez la economía se volvió cada vez más precaria, pues casi la mitad de la población activa se dedicaba al coaching, y muchas industrias tuvieron que cerrar por falta de personal. Los campos de labranza se quedaron sin agricultores, la mayoría de los cuales se habían convertido en rural coaches. Sorprendentemente, y a  pesar de tan oscuro panorama, esta vez los políticos no reaccionaron; se rumoreaba que se habían vuelto tan dependientes de sus propios coaches, que eran éstos quienes en su lugar dirigían el destino de las grandes naciones.

El inicio del fin de los días se desencadenó hace un año, durante el otoño de 2024. Los colapsos cerebrales, que convertían a sus víctimas en poco menos que marionetas humanas a merced de la voluntad de sus coaches, se extendieron a lo largo de los cinco continentes, exceptuando Corea del Norte, cuyos habitantes permanecieron ajenos a la plaga. Ante el caos generalizado, los coaches aprovecharon la situación para reclamar para sí el gobierno provisional de la mayoría de países y también del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La ya mermada economía mundial finalmente se desmoronó.

Se produjo una grave fractura social entre coaches y coachees por un lado y los que se resistían a tener un coach (entre los que yo me contaba) por otro. Poco a poco, fuimos siendo desplazados del ámbito público y arrastrados a la marginación: por ejemplo, nadie podía optar a un puesto de trabajo si no tenía un coach, ya que era éste quien representaba al candidato en la entrevista de selección. Arrinconados por la sociedad, desde hace un año estamos viviendo en el alcantarillado o edificios abandonados como éste, saliendo sólo al amparo de la noche a buscar comida entre la basura. Porque la noche es mi santuario; cuando los coaches duermen, sus preguntas sólo tienen eco en sus propios sueños.

Echo otra mirada por la rendija y todo sigue igual, excepto que el viento ha cesado y han aparecido unos nubarrones rojizos en el horizonte. Ahora reina un silencio absoluto. De pronto oigo el ruido de un coche que se para delante de la gasolinera. Por la rendija no puedo verles, pero siento que ellos ya están aquí. Oigo pasos detrás de la puerta, acompañados del sonido de sus insistentes preguntas que empiezan a colarse en mi cerebro. No creo que esta vieja puerta aguante mucho… cuando ceda, sus preguntas ya no estarán atenuadas por la madera y al fin entrarán libres por mis oídos hasta llegar a mi mente, donde transformaran mi férrea voluntad en simple servidumbre… Lo que pase después ya no me preocupa, pues no seré consciente de haber perdido la cordura y sólo seré otro sumiso coachee vagando por la tierra durante el resto de mi desdichada existencia.

4 comentarios:

  1. Desde luego imaginación no te falta! Te felicito por tu increible creatividad. En la segunda lectura, aún me parece más surrealista tu relato y espero que no sea así la historia futura del coaching. Por el bien de la humanidad. jeje :-)
    Me parece genial como cuentas la historia de Sócrates.

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  2. BRAVO, BRAVO (lease como en un fin de obra teatral), el público puesto en pie aplaude. Os lo juro, después de este relato me compraré una escopeta y a por los coachs esos.

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  3. Hola Jordi, me ha encantado tu crónica sobre el coachig, verdaderamente he quedado atormentada con las preguntas abrumadoras de mi coach interior, ahora solo falta que me venga uno externo a preguntar algo!!! ya no me quedan neuronas, la mayoría se han suicidadoooooo.

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  4. Jordi, jolin vuelvo a quedarme boquieabierto con tu relato, de profunda imaginación, y bien hilbanada documentación, el comienzo de la historia, hasta el final me ha tenido embelezado, pasando por los episodios de Sócrates, año 400 de la era común, y continuando por la palabra Kocsi 'preguntón' de origen Hungaro.. que desembocó en la palabra Inglesa Coaching, con su respectivo Coach, para el que lo tenga.. por cierto Yo no y no he tomado Tamicoach y por ello no he sentido los efectos del L-casei cuestionitas... y ha juzgar por tu relato. Tú tampoco... jejejeje

    un fuerte abrazo

    Todo lo Mejor

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