8 dic 2010

El Gato (con Botas)

Maullidos de pena resonaban por toda la casa; se mezclaban con los lamentos de Pietro, el hijo mayor del molinero muerto. A pesar de oír como el gato maullaba y su hermano lloraba, Cagliuso era incapaz de derramar una sola lágrima.

Pietro había sido el báculo de su padre desde que éste enviudó, estando constantemente a su lado en las tareas propias del molino. En cambio, su hermano pequeño era un completo inútil. Las malas lenguas decían que su carácter anodino se debía a que de niño se había alimentado con pan sin sal durante demasiado tiempo. Su estado se agravó hace unos meses, cuando se enamoró locamente de Giovanna, la hija del rey Filippo, durante el desfile real de su decimoctavo cumpleaños. Era un amor no correspondido; una aristócrata como ella nunca se hubiera fijado en aquel mozo que, aunque guapo y con buen cuerpo, iba sucio y vestido con harapos.

El molinero siempre había tratado al gato con bondad y afecto. El minino le correspondía cazando a los numerosos ratones del almacén de grano. Entraba y salía de la casa y del molino cuando quería, y solía ir al bosque a visitar a su amiga, la bruja Casandra. Pero nunca se alejaba mucho y al anochecer volvía al regazo de su amo.


Tras el funeral, el albacea del testamento comunicó a los dos hermanos el legado del difunto: Pietro heredaba el molino y la casa, en tanto que Cagliuso se quedaba con el gato. El hijo menor, ajeno a su desgracia, se alegró: “¡Qué bien! ¡Voy a tener mi propio criado!”. Mientras que el felino se echó las patas a la cabeza: « ¡Maldito molinero! ¿Cómo se te ocurrió convertir a este tocho en mi señor?».


- “Lo primero que voy a hacer, gatito, es vestirte como te mereces: serás mi criado, ¡tendré mi propio Gato con Botas!” – Exclamó cogiendo al minino en brazos. Y sacó de un baúl un viejo disfraz infantil de mosquetero: un cinturón con una espada de juguete, un sombrero con una pluma, una capa y unas botas de color púrpura. Lo vistió y lo puso delante del espejo - “¡Mira qué guapo estás!” - . Y la mascota pensó: « ¿Guapo, dices? Desde que nací he ido la mar de cómodo a cuatro patas y con todo al aire, sin adornos… y ahora vienes tú y me pones un cinto que me aprieta, una capa que me da picor, un sombrero que me aplasta mis finísimas orejitas y unas ridículas botas me hacen caminar torpemente a dos patas. Ya me lo decía mi madre: sólo hay una cosa peor que un tarugo… ¡Y es un tarugo que tenga ideas!»


Gato con Botas aprovechó un despiste de su patrono para salir a dar un paseo por el bosque, a ver si se le pasaba el enfado, hasta acercarse a la cabaña de la bruja:


- Hola gatito, he oído que tu amo ha muerto, lo siento. Pero, ¿Dónde vas con esta pinta?


- No me hables… ¡Estoy furioso! Resulta que el gracioso del molinero me ha dejado en herencia al mentecato de Cagliuso, y a éste no se le ocurre nada mejor que ponerme este ridículo disfraz. ¡Fíjate que botas tan cutres, si parezco una cortesana!


- ¡Ja, ja, ja! Me encanta tu actitud querido Gato con Botas… ¡nunca pierdes el sentido del humor! En muchas ocasiones me ayudaste, especialmente cuando me avisaste de que los campesinos querían llevarme a la hoguera porque me culpaban de su mala cosecha. Es tiempo de que sea yo quien te ayude a ti.


La bruja le preparó un tazón de leche con especias y le susurró - Bébete esto y te sentirás mucho mejor.


- ¡Umm! – maulló el micifuz – ¡Esto es delicioso! Ya me siento más calmado. No sé cómo, pero voy a encontrar algo bueno en esta patética situación. – Y tras limpiarse las orejas con las patitas, pensó en voz alta - Si consigo que Giovanna y Cagliuso se casen… ¡Haré feliz a mi señor y estará orgulloso de mí!


- ¡Esa es una idea genial, Gato con Botas!


- Gracias por tu hospitalidad y tu conversación, Casandra. Me voy, ¡No hay tiempo que perder! ¡Quiero poner en práctica mi plan enseguida!


Al salir de la choza, se sentía como un gato nuevo: más ligero, poderoso y astuto. Al llegar al molino se acercó a su amo, que estaba ensimismado con el hipnótico giro de la rueda sobre el agua, y le comentó:


- ¡Querido amo, tengo un plan para que os caséis con vuestra amada y a la vez salgáis de la pobreza! A cambio, tan sólo os pido mi libertad y una bolsa de monedas de oro. Pero para conseguirlo debéis confiar plenamente en mí, y hacer todo lo que yo os mande.


El amo, convertido en sirviente, aceptó. Nunca había sabido decir “no” a nadie, así que, ¿para qué negarse ahora a la propuesta de salvación gatuna?


- De momento dejaos barba de tres días y estad calladito. ¿Fácil, verdad? En este reino hay mucha riqueza, así que voy a ver de dónde podemos sacar tajada. ¡Dicen que hacer la pelota a los poderosos es un viejo truco que nunca falla!


Y cogiendo un saco, salió al campo a cazar perdices. Sus ardides gatunas le valieron para capturar cuatro aves en un santiamén, y partió en seguida hacia el palacio del soberano. Por el camino avistó un bellísimo castillo, y los aldeanos le contaron que allí moraba el malvado gigante Orsino. Prosiguió su camino hasta la corte real y, tras entregar a regañadientes una perdiz como peaje a los guardias, se presentó ante el monarca:


- Majestad, comparece ante vos el humilde secretario del célebre Marqués de Carabás, enviado con este presente como prueba de su lealtad y afecto. – Y elegantemente le mostró las perdices.


- No conozco a vuestro amo, mas comunicadle que su regalo me complace. Me encantan las perdices, pese a que hace mucho que no las cato, ya que la Reina las detesta. Id en paz.


Y el Gato se despidió con una larga reverencia. Cuando atravesaba los jardines hacia la salida, no pudo evitar oír unos sollozos detrás de un muro, y con su agilidad felina trepó para investigar la causa de ese llanto. Descubrió a la mismísima princesa Giovanna llorando desconsoladamente sobre el pecho de su dama de compañía:


- ¡Ay, querida Marta, que desdichada soy! ¡Ese bastardo de Félix me la ha vuelto a jugar! Me dijo que me quería sólo a mí, y que pronto abandonaría a su mujer… ¡Y esta mañana los he sorprendido detrás de la ermita haciéndose arrumacos! A veces pienso que nunca me casaré. Mi padre quiere desposarme con nobles decrépitos, y yo me enamoro una y otra vez de encantadores canallas que me tratan mal y que acaban abandonándome…


- No te preocupes, mi pequeña, te aconsejo que tengas paciencia; estoy segura de que algún día hallarás a “tu hombre especial”.


- ¡Ojalá tengas razón, fiel compañera! Pero a menudo me pregunto “¿Por qué se me hace tan esquivo el amor verdadero?”


El gato se alegró: « ¡Bien! ¡Las cosas no hacen más que mejorar! »


Durante una semana el secretario del Marqués se presentó cada día ante el rey con unas cuantas perdices, cosa que hizo crecer la confianza entre ambos. Una tarde Gato con Botas se enteró de que a la mañana siguiente el rey y su hija pasearían en carroza cerca del río, y urdió el golpe definitivo de su sutil plan.


Por la mañana cogió a su amo y lo llevó al lado del puente del río. Cuando vio a la comitiva real aproximándose, le ordenó:


- “¡Venga, amo, desvestíos y lanzaos al río!”


El agua estaba helada, sin embargo el apocado Cagliuso obedeció sin rechistar. El gato le miró un momento: «Miau… tengo que reconocer que el tarugo de mi amo metido en el agua, desnudo y con la boquita cerrada, da el pego; parece un tipo realmente interesante».


Cuando el carruaje atravesaba al puente, unas doncellas (a las que antes el felino había prometido unas monedas de oro) empezaron a gritar:


“¡Auxilio, auxilio!, ¡El apuesto Marqués de Carabás se está ahogando! ¡Por favor, que alguien salve a ese rompecorazones! ¡No podríamos vivir sin el mejor amante del reino!”


Estas voces despertaron la curiosidad de Giovanna, que sacó la cabeza por la ventana para ver quién era ese tal Carabás que despertaba tantas pasiones entre las damas. El rey mandó detener a la comitiva y envió a dos criados a socorrer al ahogado. Antes de que Cagliuso fuera vestido con ricos ropajes, la princesa tuvo la ocasión de verle empapado y desnudo, y mordiéndose el labio pensó: « ¡Uau! ¡Esta vez sí que he encontrado al hombre de mi vida! ». A continuación Cagliuso recitó de carrerilla al monarca la frase que su sirviente le había hecho memorizar: “Majestad, no sé cómo agradeceros tanta amabilidad; permitidme que sea vuestro anfitrión en mi castillo, donde os agasajaré con un plato que espero sea de vuestro agrado: deconstrucción de perdices con espuma de trufa”.


« ¡Excelente! » - pensó el rey - «Al igual que su noble criado, este misterioso Marqués de Carabás comparte conmigo la afición por las perdices… así que puede ser un buen yerno. »


La comitiva partió hacia el supuesto hogar del marqués (que en realidad era del gigante Orsino), al mismo tiempo que el gato llegaba a las tierras de cultivo del ogro, se subía a un carro y se dirigía a los labradores:


“¡Compañeros campesinos, levantémonos contra el yugo opresor de Orsino, el gigante burgués, que apenas nos da para malvivir! ¡Si os unís al camarada Carabás y a mí, os prometo que dividiremos los beneficios de la cosecha a partes iguales, tendréis un mes de vacaciones pagadas al año y dispondréis de una guardería para vuestros hijos!”. Y dicho esto, partió veloz hacia el castillo del gigante dejando a las masas gritando: “¡Viva Carabás! ¡Viva Gato con Botas!”. Al pasar por ahí el carruaje, el Marqués se asomó por la ventana para saludar a sus nuevos seguidores, ante la alegría del rey y la admiración de la princesa.


El Gato entró en el castillo de Orsino (que, por cierto, visto de cerca ya no parecía tan bonito) en el instante en que el gigante terminaba su frugal almuerzo:


- He oído que eres un gran mago, pero yo no me creo nada de eso… De hecho dudo que seas capaz de hacer algo tan sencillo como convertirte en un ratoncito…


“¡Juas, juas, juas!” – Rió el gigante – “Un sabio me enseñó que nada es imposible para mí si lo deseo de verdad. ¡Mira y sorpréndete, insignificante felino!”.


Dicho esto, el ogro se convirtió en un ratón; al momento el gato se lanzó sobre él, lo mató de un zarpazo y lo escondió debajo de la alfombra.


Al cabo de unos minutos llegó el cortejo real, y todos quedaron admirados por el esplendor del castillo. El rey pensó: «Es una gran fortaleza, aunque veo algunos desperfectos que seguramente su propietario tiene previsto arreglar en breve. De todas formas el patrimonio del futuro esposo de mi hija me será de gran ayuda para deshacerme de los prestamistas y usureros a los que debo grandes sumas…». El gato se puso un delantal y preparó el plato prometido; cogió una copa en la que puso un poco de perdiz desmenuzada y sobre la que batió unas trufas que había recogido en el bosque. Filippo comió con avidez y susurró a uno de sus acompañantes: “Donde estén unas buenas perdices asadas… ¡que se quite toda esta cocina de autor!”.


Sin que Cagliuso y Giovanna llegaran a intercambiar dos frases, el monarca aprobó la boda de la joven parejita, que se celebró a las tres semanas en el castillo del marqués. El rey asistía feliz al evento, ya que en ese día se libraba de su altanera hija y a la vez ganaba un yerno que iba a saldar sus deudas. Su esposa, la reina, se mostraba indiferente a todo lo que sucedía a su alrededor; llevaba años haciendo del láudano su mejor aliado contra el dolor y la desilusión.


Como el protocolo recomendaba, el convite constaba de diferentes exquisiteces a base de perdiz. Esto desagradó mucho a la princesa, que para entonces ya había hablado varias veces con su prometido para descubrir (tal vez demasiado tarde) que el hombre con quien iba a compartir su vida era un desaborido. Por su parte Cagliuso se había dado cuenta de que detrás de la cara bonita y el cuerpo esbelto de Giovanna, sólo había una niña consentida y caprichosa con la que no tenía nada en común.


Al final de la fiesta, Gato con Botas estaba recostado con las piernas cruzadas sobre la mesa. Su rostro reflejaba satisfacción, pues había conseguido lo que se había propuesto. Esperaba recibir pronto su merecida recompensa. Sonrió al darse cuenta de que era el único que podía ver el bultito que formaba el ratón muerto debajo de la alfombra. Su dueño se le acercó, y con una falsa sonrisa en sus labios, le dijo:


- Gato con Botas, todavía no puedo darte lo que te prometí. Tienes que ayudarme; el mayordomo del gigante me ha dicho el que, antes de su extraña desaparición, el ogro estaba al borde de la bancarrota, con el castillo y las cosechas rehipotecadas. ¡Necesito tu astucia para conseguir dinero de forma rápida! Y por si eso fuera poco, la princesa es un témpano de hielo conmigo y temo que la noche de bodas va a ser un fiasco; ¡tienes que ayudarme a seducirla!”


El gato le miró de arriba abajo y, con mucha calma le dijo:


- ¡Cagliuso, no sois más que un cretino! Después de todo lo que he hecho por vos, no sois capaz ni tan siquiera de agradecérmelo… ¡y encima me pedís que vuelva a ayudaros! Por mi parte considero que ya no os debo nada, así que… ¡Quedaos con vuestro oro (si es que lo tenéis), pero yo y me marcho de aquí! ¡Ya me he ganado con creces mi libertad!”


Le tiró las botas a la cara y se quitó el resto del disfraz. De repente sintió la grandeza de ser simplemente un Gato sin Botas. Mientras se alejaba del castillo, se encontró a la bruja:


- ¿A dónde vas, Gato sin Botas? ¿No te quedas a ver los fuegos artificiales que ha preparado su majestad?


- Casandra, ya soy un gato libre. En estos días he descubierto que mi talento y valía no dependen de unas botas. Y me he dado cuenta de que no quiero una vida de comodidades junto a la chimenea de ningún amo. Desde este instante voy a emprender mi propio camino.


- Me parece muy bien, gato. Tengo la certeza de que de ahora en adelante superarás cualquier dificultad con la que te encuentres. De algún modo, te has convertido en tu propio amo.


Y se despidieron con un cariñoso abrazo.


Atardecía cuando el rey Filippo, la reina y los príncipes Cagliuso y Giovanna miraban los fuegos artificiales desde una torre del castillo. En el cielo, un estallido de colores. En sus mentes, un estallido de preocupaciones. Y en el horizonte, un estallido de libertad: la silueta de Gato sin Botas.

1 comentario:

  1. interesante relato cortesano donde se mezcla la nobleza y la astucia de un felino tan especial que descubre que uno mismo, desnudito y sin disfraces siempre es más auténtico y más gat-UNO.

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