El manuscrito llegó a mis manos por casualidad. Fue en 2009, en la biblioteca del Monasterio benedictino de Agualuces, mientras me estaba documentando para escribir una novela sobre la vida de Fray Luis de Guareña. Lo hallé en muy mal estado, medio aplastado por una copia del “De virtutibus et vitiis libellus” de Aristóteles. Así que tardé algunos días en recomponer las páginas y reconstruir el insólito relato. Un relato que, de no haber sido enterrado por orden del monarca Felipe II, habría hundido al mayor Imperio del siglo XVI.
Una historia sepultada
El manuscrito llegó a mis manos por casualidad. Fue en 2009, en la biblioteca del Monasterio benedictino de Agualuces, mientras me estaba documentando para escribir una novela sobre la vida de Fray Luis de Guareña. Lo hallé en muy mal estado, medio aplastado por una copia del “De virtutibus et vitiis libellus” de Aristóteles. Así que tardé algunos días en recomponer las páginas y reconstruir el insólito relato. Un relato que, de no haber sido enterrado por orden del monarca Felipe II, habría hundido al mayor Imperio del siglo XVI.