11 nov 2015

Los Tres Cerditos Vuelven

Erase una vez tres hermanos cerditos que, cansados de la polución y el ruido de la ciudad, decidieron marcharse a vivir al campo. En realidad lo que más les incomodaba era compartir piso entre ellos, pero como ninguno de los tres se atrevía a sacar el tema, la idea del cerdito mediano de cambiar de aires fue la excusa perfecta para ir a vivir cada uno por su lado.


Pronto encontraron a quien vender la casa. Se trataba de una familia de jabalíes recién llegados de las montañas cercanas que se encapricharon de la vivienda, cuando vieron que justo delante de la puerta había unos contenedores que eran vaciados con poca frecuencia.

Con ese dinero, los hermanos compraron una gran finca con tierras de cultivo. Nunca habían hecho de agricultores, pero eso lo solucionó cuando el cerdito mediano, el más ducho en nuevas tecnologías, hizo visualizar a sus hermanos todos los vídeos del canal "todopayes.es". Acordaron que trabajaría juntos, pero que cada uno construiría su propia casa.

Vivía por la zona un lobo que se ganaba la vida como inspector de sostenibilidad. Los vecinos lo consideraban un feroz funcionario, pues en diversas ocasiones había denunciado a algunos masoveros que ante la crisis agraria, habían sustituido sus cultivos tradicionales por remedios de botica sólo legales para uso propio. Así que desde que llegaron los cerditos, el lobo les echó el ojo encima; mientras los hermanos trabajaban en el campo, el lobo aprovechaba para husmear cerca de las viviendas de los cerditos.

Cuando el lobo decidió que era el momento adecuado, fue a visitarlos, llevándose consigo un voluminoso ejemplar de la última normativa de construcción sostenible. Empezó tocando el timbre de la puerta de la casa más cercana al pueblo, la del cerdito mayor, que en seguida le abrió:

- Buenos días, soy el inspector de sostenibilidad. Veo que tiene una casa muy bonita. ¿Sería tan amable de decirme con qué la ha construido?

El cerdito mayor, orgulloso de su obra, le contestó:

- La estructura es de hormigón armado, con vigas de acero forjado y ladrillos y cemento para las paredes. El tejado lleva una capa aislante de amianto.

Entonces el lobo buscó y buscó en la normativa, hasta que encontró:

- Lo que yo me figuraba – dijo el lobo rascándose la barbilla – Usted ha incumplido la norma 624 apartado 3: Ha utilizado usted materiales muy contaminantes, difíciles de reciclar y con una importante huella ecológica. Así que sintiéndolo mucho, le comunico que su vivienda debe ser demolida de inmediato.

Y antes de que el cerdito pudiera decir algo, el lobo silbó y al momento el motor de una excavadora empezara a rugir, y la monstruosa máquina se acercó para echar abajo la casa.

Cuando la pala empezaba a derrumbar el tejado, el cerdito mayor salía temblando por la puerta trasera hacia la casa de su hermano mediano. El lobo se quedó hasta que la demolición fue completa.

El cerdito mediano no daba crédito a lo que le estaba contando su hermano mayor. Cuando el trago de licor de bellota que habían tomado empezaba a tranquilizarlos, alguien llamó a la puerta.

- Buenos días, soy el inspector de sostenibilidad. Veo que tiene una casa muy bonita. ¿Sería tan amable de decirme con qué la ha construido?

El cerdito mediano, seguro de estar dentro de la legalidad, le contestó:

- Sí, la he hecho completamente de madera, más concretamente de álamo subsiberiano, que crece en un bosque cercano.

Entonces el lobo buscó y buscó en la normativa, hasta que encontró.

- ¿Álamo subsiberiano, ha dicho? – dijo sorprendido el lobo - ¿No sabe usted que ese árbol está protegido y en peligro de extinción? Muy a mi pesar deberemos derribar su casa.

Y repitió la operación de derrumbe. Los dos cerditos llegaron casi sin aliento a casa de su hermano menor. Éste les preparó una tila, que tomaron un poco a disgusto por ser una bebida poco espirituosa. En unos minutos llegó el lobo:

-  Buenos días, soy el inspector de sostenibilidad. Veo que tiene una casa muy bonita. ¿Sería tan amable de decirme con qué la ha construido?

- No faltaba más – dijo inocentemente el hermano pequeño – Los ladrillos son de paja prensada, las vigas de madera reciclada, el aislante es lana tratada ignífugamente y como cemento he utilizado una mezcla de barro, arena y excrementos de vaca.

Entonces el lobo buscó y buscó en la normativa, pero no encontró nada. Y a regañadientes tuvo que reconocer su fracaso:

- Su casa cumple con todas las normativas de edificación. Gracias por su tiempo, que tenga un buen día.

Y se fue con el rabo entre las piernas. El cerdito pequeño cerró la puerta y fue a dar la buena noticia a sus hermanos, chillando:

- ¡El lobo no derribará mi casa! ¡Qué bien! ¡Para celebrarlo, voy a prepararos mi especialidad, el caldo de verduras!

El entusiasmo del pequeño no fue compartido por los mayores, que al momento recordaron lo insípido que era aquel plato, y que su hermano les hacia comer cada semana cuando vivían en la ciudad:

- Qué bien. – Dijo el mayor como si le acabaran de alisar la cola.
De inmediato el anfitrión empezó a preparar la cena en la chimenea, una gran olla de caldo con verduras recién cogidas de su huerta.

Mientras se alejaba, el lobo olió el aroma de los vegetales y tuvo una ocurrencia. Sigilosamente volvió sobre sus pasos y subió al tejado. Se acercó a la chimenea y metió la cabeza dentro para verificar si el revestimiento interior cumplía con la normativa de salida de humos. Fue entrando más y más hasta que comprobó que esa chimenea era ilegal. - ¡Al final podría derribar esa casa también! - pensó – al mismo tiempo que sentía como perdía el conocimiento por el calor de los vapores que subían. E inexorablemente se precipitó dentro de la olla sin que los cerditos se dieran cuenta.

Aquel fue el caldo más suculento que los tres hermanos habían comido en su vida, y por más que el pequeño les dio la receta, nunca consiguieron repetir el intenso saber de aquella vez.

Terminada la celebración, el pequeño se sintió en el deber de decir a sus hermanos que podían quedarse en su casa todo el tiempo que hiciera falta. Los otros dos aceptaron la invitación, y no se atrevieron a rehusarla aunque deseaban irse a vivir a un hotel hasta que tuvieran una casa nueva. Y se quedaron pensativos. A todos se les pasó la misma idea por la cabeza: volvían a estar como al principio, viviendo juntos. Lo bueno es que vivían en una casa hecha de ladrillos de paja prensada.

Y mientras el sol se ponía, lejos de ahí, en la ciudad, una familia de jabalíes se arreglaba para salir a cenar fuera de casa., en el contenedor justo delante de su puerta.

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